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LA ODISEA DEL NOMBRE DE LOS PLANETAS
Pues, sí, la humanidad ha conocido un pasado ilustre que nos es desconocido. Lleva muchos siglos de rodaje y ha alcanzado en el pasado un nivel de conocimientos tan grande, que no concuerda nada con la imagen del hombre prehistórico que se esfuerza en hacer fuego con la piedra de sílex y que nos han intentado inculcar. Esta imagen corresponde sólo a ciertos períodos y a ciertas zonas de la Tierra muy decadentes. La situación de las tribus salvajes, tal como estaban en algunas áreas del mundo hasta hace poco tiempo, no representa de ningún modo la situación inicial de la humanidad, sino el final de un declive moral. Ha habido tiempos mejores y otros peores. El nombre de los planetas nos lo demostrará claramente.
Tenemos el primer planeta, que es Mercurio. ¿Qué querrá decir Mercurio, Dios mío? ¿Será el nombre de un dios, como todos piensan, o será el nombre que unos científicos dieron a este planeta? Pues, sí, los primeros hombres fueron más inteligentes de lo que nos creemos y supieron dar a este planeta el nombre que se merecía. Y nunca mejor dicho, porque merecer ya tiene la misma raíz que Mercurio. Merecer quiere decir tener mérito. La raíz mer quiere decir mirar. Tiene mérito la cosa que está bien hecha y que la gente quiere ver y admirar. Es una maravilla, en catalán, meravella. También sirve al propósito el castellano esmerarse, mirarse bien. Por aquí apunta el nombre de Mercurio, pero la segunda raíz de la palabra parece indescifrable: -curio. En latín, se dice Mercurium, que es lo mismo, pero nos queda el recurso de acudir a los días de la semana, que como es sabido han conservado la denominación de los antiguos dioses: lunes, día de la Luna; martes, día de Marte; miércoles, día de Mercurio… Aquí lo tenemos. En catalán el nombre de Mercurio degeneró en Mecre (di-mecres, día de Mecre, suprimida la s final), en castellano ha hecho miércoles, con el diptongo mier- en vez de la raíz original mer, mirar; pero el francés, con Mercredi, ha conservado íntegramente esta primera raíz mer, que significa mirar, y seguramente también la segunda en –cre, Mercredi, igual que en el catalán dimecres, la cual nos hace pensar en el crepúsculo. El francés Mercredi hace posible interpretar el nombre de Mercurio en el sentido de que quiere decir el planeta que se puede mirar (mer) en el crepúsculo (cre), como así es. Este planeta sólo se puede observar a la salida y a la puesta del sol. La razón es clara. Al tratarse de un planeta tan cercano al sol, cuando éste desaparece durante la noche, también es esfuma el planeta que le acompaña. Sólo a la luz menguada del crepúsculo matutino o vespertino, cuando la luz del sol aún es poco intensa, puede verse Mercurio, aunque no siempre. Se le conoce como la estrella de la mañana.
¿Y qué pasa con Venus? ¿Es el nombre de un dios o de una diosa en este caso? ¿O fue primero el nombre de un planeta como tal? Aquí también tendremos que servirnos de los días de la semana, que seguramente se remontan a épocas muy lejanas. No tienen por qué venir del latín, sino de una civilización mucho más extensa y poderosa que dominó el occidente de Europa en una época que nos es desconocida. El francés vendredi y el catalán divendres han conservado el nombre antiguo y original del planeta en la palabra vendre, que en realidad sería vientre y, sin diptongo, más bien ventre, como en francés y catalán. Venus era el planeta del Vientre y no el de la diosa Venus. Este planeta se caracteriza por tener fases, como la luna, pero con la salvedad que desde la Tierra no puede verse nunca al completo. Siempre se ve sólo una parte y no está nunca en fase de luna llena, a la vista de la Tierra. Ahora bien, a pesar de ello, es el astro más resplandeciente del cielo porque recibe mucha luminosidad del sol y porque su atmósfera densa lo hace brillante. Por eso, Venus, observado con telescopio, parece el vientre de una madre que ha de dar a luz a su hijo, que aumenta de volumen con el paso de los meses y que flota brillante en medio de la oscuridad del cosmos. Pues bien, el primero que consta que se dio cuenta de que el planeta Venus tenía fases fue Galileo, el supuesto inventor del telescopio. Con esta observación ya era suficiente para demostrar que la Tierra daba vueltas alrededor del sol y no al revés, y así lo argumentó Galileo a propósito de las fases de Venus. Ni los medievales, ni los romanos, ni los griegos, ni los mesopotamios, ni los chinos entre otros, sabían que Venus tuviese fases, pero antes que todos ellos y mucho antes de Galileo alguien ya lo había descubierto, llamándolo el planeta del Vientre, y la verdad es que el nombre le pertenece porque la atmósfera del planeta da a su figura un tono de dulce y sedosa suavidad.
Ya se ha dicho que el nombre del planeta Marte quiere significar el planeta de la Muerte. El latín mars, martis, Marte, se declina como el mors, mortis, muerte, y son lo mismo. No lo llamaron el planeta Rojo, como haríamos nosotros por el color rojizo que tiene a simple vista, sino que lo observaron mejor y se dieron cuenta de que en su superficie había ruinas y señales evidentes de una civilización ya muerta. Todo el planeta era un espectro de la muerte, sin vegetación, ni mares, ni ríos, aunque en su relieve podían observarse sus lechos secos. Si era un planeta muerto, significaba que había tenido vida y no sólo vegetal y animal, sino también vida inteligente. Hoy todavía esperamos que nos lo diga la NASA o que se digne hacerlo, ya que con todos los medios tecnológicos de que está dotada no puede ser que sea tan miope ¿Cómo es posible que aquellos hombres de antes y después del Diluvio ya lo supieran?
Por lo que se refiere a Júpiter, su característica más relevante es sin duda la Gran Mancha Roja de su superficie, una mancha ovalada, que es un vertiginoso remolino gaseoso. Esta mancha antiguamente no estaba. Los científicos actuales calculan que sólo hace unos 600 años que se formó. Aquí por una vez se muestran ponderados y no nos obsequian con cifras millonarias. Y seguramente aciertan. Por lo tanto, cuando Galileo en el siglo XVI la observó por primera vez con su telescopio, dándola a conocer a los hombres de su tiempo, hacía poco que se había formado. Esta Gran Mancha Roja, como se la llama, debió de ser el resultado de la fusión de dos manchas menores que estaban juntas, y de aquí viene también la justa interpretación del nombre castellano jueves y del catalán dijous, que significan el día de Jove y el día de Jou, y que en principio se refieren evidentemente al dios Júpiter, como pasa con los demás días de la semana dedicados también a un dios mitológico, excepto el sábado, que se refiere al día séptimo, concretamente, al día del siete, ya que sábado y el latín septem tienen las mismas consonantes, lo cual aparece con más evidencia en el catalán dissabte, sábado, día del siete. Ahora bien, el significado de Júpiter nos llega a través del jueves y del dijous, en catalán, y nos da el nombre antiguo de este dios, que era Jovis en latín y también Jove. En castellano sería Jove y en catalán Jou. Pues, bien estas palabras nos hacen sospechar que al principio el nombre del planeta Júpiter no fue mitológico, sino muy científico. Retrataba la característica más relevante de la superficie del planeta, o sea, las dos manchas ovaladas, como dos remolinos rozándose, a punto de fundirse en uno solo, como sería la Gran Mancha Roja de la actualidad. Se trataba del planeta de los dos huevos unidos o juntos: j-ove y j-ou, huevo en catalán, pero no seamos tan pudorosos. En realidad, se trataba del planeta de los testículos. La palabra joven, chico, viene de que a esta edad los testículos destacan por su perfecta forma oval y su estrecha unión. Su desfiguración geométrica es señal ¡ay! de pura vejez.
¿Y qué puede decirse del nombre de Saturno? Este planeta es único por su figura, debido al gran anillo que lo rodea. No podía dársele otro nombre que descartase esta realidad y el hecho de que su nombre contenga la raíz –turno, que quiere decir turno, tornear, girar…, ya lo hace sospechoso de ser más un nombre científico que mitológico ¿Qué vieron en este planeta aquella gente de una civilización de grado superior al nuestro? Hemos visto que dieron a cada planeta un nombre sacado de la vida cotidiana, que si el Vientre, que si la Muerte, que si los Testículos… Pues bien, al planeta de los anillos le pusieron seguramente el nombre de Boomerang, que no quiere decir que aquella civilización antediluviana o acaso postdiluviana residiese en Australia, que posiblemente aún no existía porque en aquel momento, hace tan sólo unos miles de años, toda la Tierra tendría un solo continente. El boomerang es un instrumento de caza desconocido por los occidentales hasta que descubrieron Australia, donde vieron que lo utilizaban los aborígenes. Tiene la rara particularidad de regresar a las manos de quien lo lanzó, si no da en el blanco. Este instrumento es una de tantas cosas que habían sido de dominio general en la antigüedad y que después de períodos de decadencia quedaron aisladas en alguna región u otra de la Tierra. Se han descubierto boomerangs en excavaciones arqueológicas realizadas en Holanda y otros países y seguramente se encuentran en museos europeos, sin que provengan de Australia, ni de Nueva Zelanda. El boomerang habría tenido diferentes nombres apropiados y uno de ellos podría haber sido el de Saturno, nombre que podría significar saeta (Sa-) que torna (turno). Desaparecido el uso del boomerang y su noción, el nombre se habría mantenido, no obstante, a través del planeta Boomerang: Saturno. Efectivamente, cuando esta saeta, que es el boomerang, realiza su vuelo, presenta un núcleo compacto como una bola, mientras que los dos palos o colas del boomerang dibujan como un anillo en movimiento circulatorio entorno al centro. El boomerang ha de estar bien construido y su vuelo obedece a una fórmula matemática, realizando una elíptica y unas acrobacias espectaculares. Además, el parecido de Saturno con el vuelo de un boomerang parece evidente, porque el planeta, a pesar de ser enorme, tiene un movimiento de rotación muy acelerado, que se nota muy bien a través del telescopio. Parece que dé vueltas como una peonza. Además, como el boomerang, al planeta Saturno casi siempre se le ve por el espacio de una forma inclinada, como realizando un vuelo acrobático. Si es éste o no el origen del nombre del planeta Saturno, no lo sabemos, pero al menos lo parece. Ni Galileo con su telescopio fue capaz de apreciar bien los anillos de Saturno. Sólo veía una rara anomalía.
Los demás planetas del sistema solar –Urano, Neptuno y Plutón- no son visibles al ojo humano y, por lo tanto, no fueron descubiertos hasta hace pocos siglos o años, a partir del invento del telescopio. Se les puso nombres de dioses mitológicos porque se creía que los primeros lo eran. Y ahora viene lo más sorprendente: los nombres de estos tres planetas nos indicarán que ya habían sido descubiertos con anterioridad por una civilización desaparecida y que llevaban el mismo nombre que hoy.
Por lo que respecta al planeta Urano hay que decir que a veces es visible al ojo humano, pero siempre que se tenga una vista de águila y astronómicamente había sido observado muchas veces en el siglo XVII, pero se le consideraba un estrella más del firmamento. No fue hasta el 13 de marzo de 1781 que William Herschel –alemán residente en la corte del rey Jorge de Inglaterra, que durante el día era músico y de noche se dedicaba a observar el cielo- notó que algo desconocido se movía en lo alto del firmamento. Era el planeta Urano, que de momento tomó por un cometa bautizándolo con el nombre de Georgium Sidus, en honor de su rey, pero pronto se vio que se trataba de un nuevo planeta, al que intentaron dar el nombre de su descubridor, Herschel. Pero se impuso la cordura y Johann Elert Bode dijo que debía llamarse Urano, que en la mitología griega era el padre de Cronos, equivalente al Saturno de la mitología romana, y porque era lógico seguir la secuencia del nombre de los otros planetas. En efecto, Marte era considerado hijo de Júpiter, éste, hijo de Saturno, y ahora tocaba a Urano, como padre de Saturno. La única discordancia era que no se trataba de un nombre de la mitología latina como los demás, que en este caso habría sido Caelus, sino que ahora se recurría a la mitología griega: Uranós, que significaba el dios celeste porque en griego Uranós quiere decir precisamente cielo, así como está claro que el latín Caelus significaba exactamente lo mismo: cielo. Pues bien, resulta que Urano es un planeta azul celeste, de parte a parte, sin ninguna mancha de otro color. Más azul que nuestro planeta Tierra, el cual, además de estar cubierto por innumerables nubes blancas, es de color azul marino y no azul celeste, como no podía ser de otra manera conteniendo un océano tan grande como el Pacífico.
En lo referente al planeta Neptuno, fue descubierto por el astrónomo Galle el 23 de septiembre de 1846. Ya se sospechaba de su existencia porque las anomalías de la órbita de Urano daban a entender que había otro planeta de gran masa girando en torno al sol. El matemático francés Leverrier calculó su supuesta situación en el espacio y convenció a Galle para que la enfocase con el telescopio. Lo encontró y de esta manera Leverrier compartió con Galle el honor del descubrimiento de Neptuno, el octavo planeta. Ya se sabía de antemano que, cuando se descubriese el nuevo planeta, se llamaría Neptuno, el hijo mayor de Saturno, mitológicamente hablando. ¿Era ya este el nombre científico que había tenido el octavo planeta en un tiempo remoto e incierto? Todo hace pensar que sí. Neptuno es de un azul aún más nítido que Urano, pero presenta siempre hacia la parte central una pequeña pincelada blanca que cambia de forma, ya que se trata de unos cirros que sobrevuelan el planeta. Esto quiere decir que la cara azul, nítida y brillante de Neptuno, pintada de un mismo color se ve, no obstante, empañada por una mancha blanquecina como si de una pincelada se tratara. En catalán, esta patochada se llamaría un nyap o ñap, y aquí tendríamos la explicación de la primera raíz Nep de Neptuno: nyap, glorioso monosílabo, conservado en catalán, que daría nombre a Neptuno y que puede ser sinónimo de buñuelo, borrón, patochada… y sobre todo en el rico idioma castellano o español también chapuza. Neptuno no era tan impolutamente azul como Urano porque tenía un nyap blanco en medio de la cara. En efecto, la segunda raíz de Neptuno, en latín Nep-tunus, significaba precisamente blancura en algún tiempo pasado, según puede deducirse de palabras que la llevan, como sería el caso de túnica, una prenda de vestir que por norma general y originariamente era toda blanca. También la encontramos en el castellano atún, pez caracterizado por su blancura. Pero es sobre todo en la toponimia y, más concretamente, en la hidronimia donde se nos revelará el significado de la raíz tun como blancura. Es sabido que el nombre del río Turia quiere decir rio blanco: Tu(n)-ría, con la eliminación de la n delante de consonante, ria (rio), por razones fonéticas y sabias, aunque el color blanco de este río sólo se manifieste en su curso superior. Ya los árabes lo rebautizaron como Guadalaviar, que también quiere decir rio blanco en su lengua ¿Y quién no ha oído hablar alguna vez del ídolo de Peña Tu, una roca que se levanta imponente frente al Cantábrico en el término asturiano de Llanes? Los turistas acuden a verlo y la resolución de su extraño nombre ha hecho correr no poca tinta. Según algunos, el nombre de Peña Tu haría referencia al patriarca Túbal, fundador de España, o a algún dios pagano de la remota antigüedad. Sin embargo, la resolución del nombre de Peña Tu es más sencilla y prosaica, ya que aparece escrito como Peña Tun en documentos del siglo XVII y, teniendo en cuenta que se trata de una peña de color blanco que resalta entre el verde paisaje cantábrico, sobre todo si es contemplada desde el mar por los marineros, parece claro que el significado de Peña Tu ha de ser sencillamente el de Peña Blanca por más que, efectivamente, se trate de un verdadero ídolo con su cara grosera y con aristas, dirigida a las pavorosas olas del Cantábrico a semejanza de los misteriosos Moais de la isla de Pascua o de Rapa Nui para los indígenas, que también miran erguidos e impasibles hacia el océano Pacífico. La raíz tun, blanco, aparece en otro río, prácticamente idéntico al valenciano, en el andorrano Seturia, que se desploma desde las alturas del Pirineo y que es vecino del pico de Saloria y de su correspondiente torrente de Saloria, con el que comparte el artículo arcaico sa, se, de manera que Seturia querrá decir también el Turia, Se-turia. Cuando el torrente de Seturia salta por las cascadas del tramo final de su curso en el pequeño e idílico pueblo español de Os de Civís, el color blanco de las aguas del Seturia, bañadas por los rayos del sol, es tan puro y efervescente que parece de otro mundo. Por lo que aquí importa, siempre pendientes de la temática religiosa, contemplando aquel espectáculo primaveral del rio Seturia, cuando se derriten las nieves de las montañas, se comprende que tiene que ser auténtico el relato de la transfiguración de Jesús en la montaña del Tabor. También allí los testigos del presunto hecho –Pedro, Jaime y Juan- se quedaron boquiabiertos al contemplar el color blanco de los vestidos de Jesús en su transfiguración, un blanco completamente insólito para ellos hasta el punto de decir: “y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de aquel modo” (Mc 9, 3). Si el relato de la Transfiguración de Jesús hubiera sido falso o inventado, como querían los críticos modernistas del cada día más lejano siglo XX para quienes nada podía ser sobrenatural, el evangelista Marcos no se habría molestado en buscar una metáfora o comparación más o menos peregrina para narrar la tonalidad misteriosa de aquel color blanco de los vestidos de Jesús. El color blanco es el rey de los colores y no sabemos qué puede dar de sí. Sólo los místicos han podido captarlo en alguno de sus éxtasis que los llevan al otro mundo, y poco o nada lo han podido describir. La rica toponimia catalana también nos brinda otra interpretación de la antigua raíz tun en el nombre de dos cuevas llamadas Sa Tuna, una en Llançá y otra en Llagostera, justamente con el mismo artículo fosilizado en cuestión, como en el rio Seturia, igual a Sa Turia. Dichas cuevas se caracterizan por el color blanco de la piedra en la cual están excavadas. Por lo tanto, el nombre del planeta Neptuno querrá decir que tiene un nyap o borrón blanco (Nep-tuno) en su superficie, y no que se trate del planeta del dios Neptuno para quien nunca encontraríamos seguramente una etimología adecuada ni convincente.
Y ahora tenemos que hablar del planeta Plutón, el último del grupo. ¿Será este, por lo menos, el nombre de un dios o será también un nombre científico que nos describirá algún trazo físico del más desconocido de los planetas, como es el caso del lejano Plutón? Ya sería extraño y hasta increíble que el nombre que se ha asignado al tercer planeta descubierto de nuevo en época moderna fuese justamente el mismo que ya había tenido en alguna antigüedad remota e incierta, cuando la humanidad ya conocía su existencia para dejarla caer más tarde en el olvido. Es lo que habría pasado con los nombres de Urano y Neptuno, pero… ¿también con Plutón? No es necesario decir que aquí el escepticismo es general, pero puede saltar la sorpresa.
Plutón fue descubierto el año 1930 por Clyde Tombaugh (1906-1997), un norteamericano y joven astrónomo que trabajaba en el Observatorio Lowell, fundado por el millonario Percival Lowell (1855-1916), que había predicho ya la existencia de un planeta X más allá de Neptuno, cosa que hizo que Tombaugh se dedicara en cuerpo y alma a buscarlo. Sospechaba de un puntito luminoso que se confundía con las estrellas en la profundidad del cosmos y tardó días en saber si se movía o no en la placa fotográfica. Cuando finalmente vio que aquello se movía, pegó un salto: era el Planeta X de su admirado Percival Lowell, pero la comunidad astronómica tardaría meses en bautizarlo porque esta vez no sabían qué nombre poner al nuevo planeta, como se trasluce a través de este escrito extraído de la Red:
El nombramiento de Plutón es una historia en sí misma. Las primeras sugerencias para el nombre del nuevo planeta fueron: Atlas, Zymal, Artemisa, Perseo, Vulcano, Tantalus, Idana y Cronos. El New York Times sugirió Minerva, los reporteros sugirieron Osiris, Baco, Apolo y Erebus. La viuda de Lowell sugirió Zeus, pero más tarde cambió su opinión a Constance. Mucha gente sugirió que el planeta se llamara Lowell. La gente del observatorio de Flagstaff, donde fue descubierto Plutón, sugirieron Cronos, Minerva, y Plutón. Unos meses después el planeta fue nombrado oficialmente Plutón. El nombre de Plutón fue sugerido originalmente por Venetia Burney, una niña de 11 años de Oxford, Inglaterra.
El bautizo del Planeta X
Bautizar al nuevo planeta era responsabilidad del Observatorio Lowell y de su director. Empezaron a llegar sugerencias de todo tipo provenientes de diversos lugares que incluían muchos dioses de la mitología griega, romana y egipcia (Atlas, Cronos, Minerva, Osiris, etc.). La viuda de Lowell, Constanza, primero sugirió Zeus pero después decidió que prefería Constanza. Mucha gente sugirió que se le denominara Lowell.
El 14 de marzo de 1930, del otro lado del Atlántico, en Oxford, Inglaterra, Falconer Madan, que había sido bibliotecario de la Bodleian, leyó a su nieta Venetia Burney la noticia del descubrimiento del planeta. La niña, que tenía 11 años en aquel entonces, sugirió que debería llamarse Plutón. El abuelo quedó muy impresionado por la idea y contactó a su amigo Herbert Hall Turner, profesor de astronomía de la universidad de Oxford.
Venetia Phair
A Turner también le pareció un nombre muy apropiado y telegrafió al observatorio Lowell con la sugerencia, donde la aceptaron. Además de ser el nombre del dios romano de los infiernos, las dos primeras letras de Plutón coinciden con las iniciales de Percival Lowell. El nombre fue aprobado oficialmente el 1 de mayo de 1930.
Venetia Burney (apellido de casada, Phair), tiene hoy 87 años y aún recuerda la conversación con su abuelo aquel día de marzo. En una entrevista con BBC News, explica que "fui increíblemente afortunada en muchos sentidos. Primero, tuve suerte de tener un abuelo que se interesó por el asunto y que conocía al profesor Turner. Y fui extremadamente afortunada de que el nombre estuviera allí. Prácticamente ya no quedaban nombres de la mitología clásica. De si pensé o no en el oscuro y lúgubre Hades, no estoy segura".
Casualmente, los satélites de Marte, Fobos y Deimos, fueron bautizados por el tío abuelo de Venetia, Henry Madan.
Más de un lector se habrá quedado sorprendido por esta historia. Pocas son las cosas que se saben de Plutón, sumido en las tinieblas más oscuras del sistema solar. Tiene una órbita muy excéntrica y tarda 249 años en dar la vuelta al Sol, pero durante 20 años está más cerca del Sol que Neptuno. Tiene una luna proporcionalmente muy grande, llamada Caronte, que no fue descubierta hasta el año 1978 por J. Christy, ya que a tanta distancia se confundía con el mismo planeta. Desde la Tierra no hay ningún telescopio bastante potente que permita apreciar nada de la superficie de Plutón, ni de verlo suficientemente alejado de Caronte. Ha sido necesario que lo enfocase el Telescopio Espacial Hubble desde el exterior de la Tierra para descubrir alguna cosa y no ha sido posible hasta finales de los años 90. Es el único planeta que aún no ha sido sobrevolado por una sonda espacial. Pues bien, lo poco que se sabe es que se trata de un planeta muy esférico y no gaseoso, sino sólido y eso sí, “muy oscuro”, de manera que “algunos astrónomos suponen que se trata del núcleo de un cometa gigante”. Este dato es básico y basta para redescubrir que el nombre de Plutón es también un nombre científico y que por una casualidad providencial es el mismo nombre que ya había tenido en la antigüedad desconocida. La palabra Plutón nos sugiere en primer lugar la raíz del verbo explotar, algo que explota, una explosión… No importa mucho que la palabra sea de raíz latina, como las que dan nombre a los demás planetas, porque aquella civilización se habría de situar en el occidente europeo, donde surgieron las lenguas románicas que después darían forma a la lengua latina; es decir, otra vez al revés. La figura oscura y esférica del planeta Plutón a través del espacio, y también aparentemente metálica por el brillo del hielo que cubre su superficie, recuerda el núcleo de una descarga de cañón, aquella bala redonda tan familiar de los cañones de los piratas y de las guerras de Napoleón, que salía disparada hacia su objetivo surcando el aire. Este objeto bélico de la vida ordinaria ya habría existido también en aquellos tiempos remotos y habría servido para designar gráficamente el planeta Plutón, ya que el nombre de aquel objeto esférico, también desaparecido con el tiempo y reinventado más tarde, sería el de Plutón, aquello que explota, el núcleo de la bomba. ¿Cómo pudieron las civilizaciones antiguas observar Plutón y ver su forma de bala redonda, si aún hoy no existe un telescopio lo bastante potente que pueda apreciarlo sin salir de la Tierra? Cabe la posibilidad de que viajasen allí y se acercasen a él con naves espaciales. Un buen científico no puede descartar ninguna posibilidad, como tampoco ésta: que fuesen otros seres procedentes del espacio quienes informasen a los hombres sobre la naturaleza de los planetas. Así, pues, el enredo está servido. Los nombres de los planetas fueron primero nombres científicos y sólo después personajes mitológicos. Y por lo tanto, la humanidad ya conoció en el pasado épocas de gran esplendor, como por otra parte ya nos lo dice la Biblia:
“Sem y Set fueron gloriosos entre los hombres, pero por encima de todo ser vivo en la creación, Adán”. (Eccli 49, 16).
gfgs
Mercurio
El "vientre" de Venus La región de Cidonia en Marte
Saturno
Júpiter
Urano Neptuno
Plutón
Venetia Burney cuando tenía 11 años, en 1930. Tuvo la suerte de que se le aceptara el nombre que propuso para el nuevo planeta que hacía poco se había descubierto, escogido entre un sinfín de otros nombres propuestos. Por eso ha pasado a la historia, pero lo que no sabe la gente es que Plutón ya había tenido ese mismo nombre antes de la historia conocida según se desprende del presente artículo.